Antes de ponerse a ello, es necesario elegir el recipiente adecuado. Personalmente prefiero la copa ancha y grande, pues el gin tonic bien hecho lleva bastante hielo y es a la vez muy aromático, por lo que necesita un envase de boca ancha para percibir sus aromas.
Cogemos el envase citado y lo llenamos en dos tercios de su capacidad de hielo. Ponemos la copa apoyada en su pie sobre la mesa o barra y la movemos describiendo pequeños círculos con energía unos treinta segundos, de modo que enfríe bien el vidrio.
Desechamos el hielo y agua fria resultante y volvemos a llenarla con hielo en la misma medida.
Cortamos una pequeña monda de limón, procurando coger parte blanca, pues es ahí donde tenemos los aromas más adecuados del limón, los más astringentes y ácidos, y lo rozamos con el borde de la copa en toda su circunferencia. De este modo, cuando acerquemos la copa a nuestra boca, percibiremos estos aromas claramente, y al beber, mezclaremos este sabor con la tónica y la ginebra.
Vertemos la cantidad que nos parezca adecuada de ginebra sobre los hielos. Seguidamente, añadimos la tónica. Aconsejo no ahorrar con la tónica y adquirir en la tienda estas tónicas de nuevo cuño, con fino burbujeo y suave quinina, que combinan maravillosamente con las fantásticas gimebras que se ofrecen hoy al consumidor de modo muy generalizado.
No soy partidario de verter la tónica a través de una cucharilla, aunque la ceremonia queda muy vistosa, pero sí de romper un poco la burbuja, echando la tónica sin titubeos sobre los hielos. Efectivamente, un gin tonic no es una gaseosa, y la burbuja debe estar casi sugerida, nunca reventona, algo así como en los vinos con "aguja". Añadiremos por supuesto una rajita de limón, moveremos suavemente la copa a fin de ligar los líquidos, y a saborear que son dos días.
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