viernes, 27 de marzo de 2015

HISTORIA DE LOS RESTAURANTES: SOBRINO DE BOTIN





El restaurante Botín fue fundado por el francés Jean Botin en 1725, que inicialmente fue una posada que se llamó Hostería Botin. El edificio, en la calle Cuchilleros, presentaba una típica fachada madrileña en ladrillo visto, y balcones de hierro forjado, y tenía en su planta baja un horno de leña, que daría lugar, con el tiempo, a la apertura del restaurante. Era una zona céntrica de Madrid, muy próxima a su Plaza Mayor, y muy frecuentada pos los visitantes que , por uno u otro motivo, acudían a Madrid.


A la muerte de Jean Botin, el negoció, que permanecería algún tiempo cerrado, pasó a manos de un sobrino, Candido Remís, hecho que da lugar al nombre del restaurante. Remís explotaría convenientemente el magnífico horno, preaparando en él las especialidades típicas de la cocina castellana, como el cordero y el cochinillo asado. Se completaba la oferta con la típica sopa castellana, el cocido, los callos.y otras especialidades de la cocina madrileña.


Benito Pérez Galdós hace referencia al restaurante, en su novela Fortunata y Jacinta, en la que sitúa a sus protagonistas comiendo en Botín: "anoche cenó en la pastelería del sobrino de Botin". Ya en nuestro siglo XX, Ernest Hemingway acudiría frecuentemente Sobrino de Botín y sería su mejor propagandista, dando fama y lustre al restaurante, como hizo con tantos otros restaurantes y bares en el mundo, sobre todo en España e Hispanoamérica.


Se fue ampliando el restaurante con la incorporación al mismo de las plantas altas del edificio, antes destinadas a hospedaje, situando en ellas distintos comedores, hasta llegar a la cuarta planta, que es la configuración que presenta hoy día.


El restaurante presenta una bella fachada de estilo castellano realizada íntegramente en madera, con un rótulo de cristal grabado al ácido, tan típico de las tabernas madrileñas de la época. A través de una pierta de doble hoja se acceda al interkior, donde em una pequeña barra de madera que formó parte de la pastelería,  podemos esperar a que nos guíen a la mesa, La  entrada está tan transitada, que lo mejor es comunicar nuestra llegada  y subir ya a la mesa que previamente hemos reservado, pues no hay otro modo de comer en Botín sino es con reserva previa.


 El restaurante es un éxito a diario, y entre sus clientes se encuentran tanto madrileños (gatos) como visitantes españoles y, sobre todo, extranjeros que acuden atraídos por la idea de comer en el restaurante (abierto ininterrumpidamente) más antiguo del mundo y sobre todo por la exquisitez y sobriedad de la cocina castellana.


En las plantas altas se distribuyen los distintos comedores, que se sitúan en salones de pequeña superficie, techos bajos y paredes revestidas, en unos casos, en antiguo azulejo artesanal, y en otros, en ladrillo visto, dando un aire acogedor y antiguo al restaurante.


 Buenas chacinas ibéricas y quesos castellanos curados, de oveja y cabra. Entra los entrantes, hay que destacar los pimientos asados con bacalao, y las croquetas de la casa. Pero a Botin se viene a comer sobre todo cochinillo, que en asado lento, en horno de leña, alcanza aquí registros de obra maestra, y debería estar en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. El codero está asado del mismo modo , y es aquí otra maravilla culinaria.


En cuanto a las carnes, que son aquí de primera calidad, destacar la perdiz estofada, el pollo asado y el solomillo Botin, tostado en la brasa y con salsa de champiñones, así como la ternera asada en su jugo


Pescados y mariscos muy frescos y muy bien preparados. Destacamos la cazuela de pescados, la merluza al horno y sobre todo,  las almejas Botín, preparados según una antigua receta de la casa.
 
 

Y entre los postres, la tarta Botin, la tarta de chocolate, las natillas y el biscuit de higos y nueces, todos ellos caseros, magníficamente preparados, así como el flan de la casa y,  cómo no, los inexcusables bartolillos madrileños.
 
 


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